Para hablar al sótano

- espacio de discusión e indagación artística -

miércoles, 6 de junio de 2018

Textus. Por Bryant Caballero


Textus


¿Nunca os ha sucedido, leyendo un libro, que os habéis ido parando continuamente a lo largo de la lectura, y no por desinterés, sino al contrario, a causa de una gran afluencia de ideas, de excitaciones, de asociaciones? En una palabra, ¿no os ha pasado nunca eso de leer levantando la cabeza?

R. Barthes. El susurro del lenguaje.


Distinguir las múltiples formas en las que un texto interactúa con su entorno es de importancia capital para entender los mecanismos de la hermenéutica y la semiótica contemporáneas, así como para ampliar el horizonte de injerencia de los discursos artísticos en general y de los escénicos en particular. Ambas disciplinas plantean, no solamente posturas renovadas al respecto de la crítica literaria y la lingüística, cuyas propuestas pueden rastrear sus inicios desde principios del siglo XX, sino que proporcionan reconfiguraciones paradigmáticas al interior de las artes escénicas. Las aportaciones que realizan los miembros del “Círculo lingüístico de Praga”, así como los formalistas rusos y los estructuralistas y posestructuralistas franceses, son la base sobre la que se construyen las nuevas formas de comprender el lenguaje, todos los lenguajes.
A partir de la definición de algunos conceptos centrales, así como la utilización que de ellos hacen los autores más relevantes, se busca presentar un panorama general de la forma en que el lenguaje interactúa al interior de sí mismo y con otros códigos y lenguajes, en palabras de Barthes, la forma en que los distintos lenguajes se frotan entre ellos: “El lenguaje es una piel: yo froto mi lenguaje contra el otro. […] lo libera, lo alimenta, lo ramifica, lo hace estallar (el lenguaje goza tocándose a sí mismo)” (Barthes, Fragmentos 82).

Textualismo
Una de las aportaciones más importantes de Derrida (dejando a un lado la idea de “deconstrucción”) consiste en la distinción que elabora al respecto del “libro” y el “texto”. En su obra De la gramatología  se centra en criticar el logocentrismo de la filosofía occidental[1], donde el signo, la letra o la escritura (Gramma) han mantenido una posición secundaria y suplementaria frente al verbo, la palabra oral (Logos). Abandonar el Logos para transitar al Gramma es la propuesta de Derrida; esta elaboración busca desechar la idea de libro para ceder terreno a la noción de texto. Dicha propuesta se centra en la idea de “partir de los textos y permanecer en ellos, abandonar en cambio la idea de los libros. Los textos tienen que ver con la escritura; los libros con la palabra oral. Los textos son anónimos, neutrales, artificiales; los libros quieren ser la expresión directa y natural de la ‘voz’ del autor” (Quevedo 13).
            El textualismo busca relegar la idea de libro a un segundo plano para posicionar en un lugar superior la noción de texto, privilegiando la escritura y no la voz, y buscando con ello la reformulación del estudio del lenguaje, a partir de una nueva forma de mirarlo. Derrida construye su propuesta de la siguiente forma:

La idea del libro, que remite siempre a una totalidad natural, es profundamente extraña al sentido de la escritura. Es la protección enciclopédica de la teología y del logocentrismo contra la energía rompedora, aforística, de la escritura, y [...] contra la diferencia en general. Si diferenciamos el texto del libro, diremos que la destrucción del libro, tal como se anuncia hoy en todos los campos, pone al desnudo la superficie del texto (Derrida 35).

La elaboración que Derrida realiza contiene una última e importante deducción: la naturaleza abierta del texto frente a la condición cerrada y conclusa del libro. El libro inicia y termina, encierra un todo único y monolítico; el texto, en cambio, es un continuo fluir, una encrucijada donde el lenguaje extiende su mirada a otros textos. La apertura del texto, según la elaboración derridiana, se presenta oportuna al momento de pensar sus posibilidades en el horizonte escénico, especialmente en el teatral, donde las obras de teatro, entonces, ya no partirían de monolíticos libros (dramaturgias), para elaborar una visión fiel y respetuosa de aquella voz, sino de textos, que surgen en igualdad de condiciones junto con el discurso teatral propiamente dicho, y con el que establece un dialogo a dos vías.

Texto
Distinguido el “texto” del “libro” a partir de la propuesta de Derrida, es necesario profundizar sobre el primero, a fin de dimensionar sus alcances y destacar sus posibilidades. Para esclarecer el origen de la palabra “texto” lo más adecuado es partir de su etimología, misma que “no se impone en latín hasta Quintiliano, como uso figurado del participio pasado de texere, ‘tejer’” (Martínez 16). Este uso figurado se utilizó desde ese momento para hacer referencia a “la totalidad lingüística del discurso como un tejido” (Segre 103), Dante, Petrarca y Ariosto consolidarán su uso corriente.[2]
            Desde la Edad Media el uso de la palabra texto ha sido equivalente a la de discurso escrito, y opuesta a la de discurso oral, lo que nos lleva a pensar en la separación que Derrida proponía y que renglones arriba se explicó. La oralidad como forma de transmisión del conocimiento cede paso a la escritura, al discurso escrito, a partir del Renacimiento y con toda su fuerza al aparecer la imprenta. El texto se convierte a partir de entonces en la forma en que la voz se fija sobre un soporte físico y por medio de artilugios técnicos.
            La idea de texto como discurso escrito es la que se utiliza de manera corriente incluso ya iniciados los primeros estudios semiológicos, basados en el principio de considerar el texto como un sistema cerrado, autosuficiente, organizado de manera sincrónica, ya que “su aislamiento era no sólo temporal, respecto al pasado y al futuro, sino también espacial, del público y de todo lo que estuviera situado fuera de él” (Lozano), lo que provocó el denominado inmanentismo del texto literario.
            La noción de texto ha tenido que esperar a la aparición de las teorías de Iuri Lotman para ser modificada; este escritor soviético perteneciente a la denominada “Escuela de Tartu” se ocupa de pensar la cultura como un universo semiótico textual, que denominó semiosfera, título de su obra más celebrada donde desarrolla “su idea del texto como un ‘modelo reducido de la cultura’, no un fenómeno filológico, sino la actividad compleja e interactiva que crea el significado: la actividad semiótica” (Kristeva, Acerca). De este modo Lotman sitúa el texto como el punto central de la interacción semiótica, comprendiendo con ello todas las dimensiones de un sistema social.           Con las aportaciones de este autor las ideas de texto y de signo rompen la esfera literaria y permiten ser utilizados como referentes teóricos para repensar todos los aspectos de la cultura, entre ellos el arte y la escena.
            A partir de Lotman el concepto de texto se dispara en todas sus posibilidades, acudiendo a su raíz etimológica como tejido. La semiosfera (concepto equiparable a cultura) se explica como un gran texto o un macrotexto con estructura polilingüística, es decir, conjunción de varios lenguajes. Estos lenguajes, llamados sistemas modelizantes, son jerarquizados en primario y secundario; por tanto un texto es el tejido de al menos un sistema modelizante primario – que para Lotman sería la lengua natural[3] (el sistema primario por excelencia) – y al menos un sistema secundario. Para el caso del teatro, por ejemplo, las normas teatrales intrínsecas de los códigos culturales de tipo artístico, ideológico o cualquier otro, funcionarían como sistema modelizante secundario. El texto, entonces, refiere a una codificación plural, ya que “para que un mensaje dado pueda ser definido como texto, debe estar codificado, como mínimo dos veces” (Lotman 78). La puesta en escena de Tadeuz Kantor “¡Que revienten los artistas!” estaría modelada en primera instancia por el lenguaje natural (polaco[4]) y por el espacio (escena[5]), y en segunda instancia por las convenciones teatrales de la puesta en escena en particular, los paradigmas artísticos de 1985, el programa estético de Kantor, y en suma el resto de sistemas de signos que compondrían la función de la obra[6].
            El texto abarcaría entonces tanto el discurso verbal como las demás producciones semióticas; en ese sentido, toda producción cultural constituye un texto, como la moda, la culinaria, el espacio, los objetos, los ritos o la música, siendo esta teorización sumamente fecunda para repensar la semiótica y ubicar la noción de texto como eje central de la semiosfera. Julieta Haidar, en un excelente ejercicio de síntesis, propone una definición que recoge mucho de lo que Lotman expone a lo largo de sus escritos: “El texto deviene un dispositivo de la memoria y olvido cultural, un generador de sentido heterogéneo y políglota y un soporte de lo simbólico para la memoria cultural” (Haidar). Bajo esta definición podemos situar una novela o un poema, como también una escultura, un acto circence o una coreografía.

Intertextualidad
El origen del término pertenece a Julia Kristeva, quien en 1967 lo emplea por primera vez en su ensayo titulado “Bakhtine, le mot”. Es interesante destacar que el artículo hace referencia a Bajtín, quien es en realidad el primero que divisa la intertextualidad como mecanismo de la escritura; sin embargo no logra construir alguna categoría para designarlo. La propuesta del teórico soviético parte de la idea de que cada emisión está unida e inserta a una cadena de habla comunicativa: “Todo enunciado es un eslabón en la cadena muy complejamente organizada, de otros enunciados” (Bajtín 258). La propuesta de Bajtín encara históricamente los textos como transformaciones del pasado al presente, idea que Kristeva reformulará en la definición del neologismo que propone, ya que para la autora: “todo texto se construye como un mosaico de citas y es también la absorción y transformación de otro texto” (Kristeva, Bajtín 3).
El término intertextualidad, a partir de ese momento, se utilizará con prolijidad en artículos, estudios y ensayos, enfatizando determinado aspecto o matizando alguno de sus componentes. La noción de Kristeva se convierte en la clave de lectura de la crítica posmoderna, para quien la escritura no puede ser entendida sino como un continuo inacabado de textos que se intervienen unos a otros. En su etimología, intertextualidad hace referencia al prefijo latino inter, que, según Enrique Llovet “alude a reciprocidad, interconexión, entrelazamiento, interferencia… La intertextualidad evoca […] la cualidad del texto como tejido o red, […] el lugar en que se cruzan y se ordenan enunciados que provienen de muy distintos discursos” (Martínez 37). En una época donde la escena se ha convertido en el receptáculo de la interdisciplina, esta actualización del concepto de texto genera la posibilidad de pensar dicho fenómeno como un diálogo intertextual entre los diferentes textos sin importar su procedencia disciplinaria.
            Mucho es lo que se ha escrito al respecto de este concepto; sin embargo, con un propósito de esquematización se pueden observar dos grandes posibilidades del término. Por un lado, como lo entiende Kristeva y lo complementarán Barthes y Eco, la intertextualidad hace referencia a una relación de reciprocidad entre los textos, es decir, a una relación entre-ellos, en un espacio que trasciende el texto como unidad cerrada. Esta definición amplia y abarcadora, que centra el concepto en un nuevo campo metodológico,

se refiere a una idea general: en la comunicación, en la transmisión de los saberes y los poderes, de los textos, no existe tabula rasa; el campo en el que un texto se escribe es un campo ya-escrito, esto es, un campo estructurado, pero también de estructuración, y de inscripción. Desde esta óptica, todo texto sería una reacción a textos precedentes, y éstos, a su vez, a otros textos, en un regressus ad infinitum. A una teoría de la intertextualidad debe ser, entonces, concomitante una nueva teoría de la lectura (Villalobos).


Esta forma de entender la intertextualidad sensu largo funciona, como la cita concluye, como una teoría de la lectura, una forma de repensar la crítica de la producción cultural de una sociedad en la que los textos creados no son inmanentes ni aislados, sino que pertenecen a un tejido con el que dialogan, al que hacen referencia y que les da su sentido último. Para Barthes, uno de los exponentes principales de esta primera forma de entender el concepto, todo texto es una "cámara de ecos", donde las ideas resuenan, se repiten, se invocan unas a otras; como una caja de resonancia de diversos discursos en los que los textos se contrastan unos a otros. En el ámbito de las teorías teatrales, y específicamente en la crítica, la naturaleza intertextual del teatro fundamenta la propuesta de Mike Pearson y su Arqueología teatral, herramienta metodológica que propone la interpretación de los espectáculos a partir de develar las cicatrices producidas por espectáculos anteriores, improntas textuales que migran de una obra a otra; un “archivo viviente” que se convierte en la clave de lectura de las puestas en escena.
            La segunda posibilidad de entender la intertextualidad proviene de su articulación sensu stricto donde se utiliza de forma más puntual y restringida, denotando cualquier tipo de relación que sea posible de identificar por el lector entre el texto vigente y otro texto. Esta intertextualidad es concreta en tanto que se da en forma de cita, alusión, reminiscencia, préstamo, plagio, etc., sea de forma marcada o no marcada. El autor que mejor ordena y clasifica las distintas formas de esta segunda posibilidad de la intertextualidad es Genette, quien en su obra Palimpsestos distingue cinco formas de la transtextualidad, nombre genérico que le otorga al fenómeno; estas posibilidades son la metatextualidad, la paratextualidad, la intertextualidad, la hipertextualidad y la architextualidad.
Tanto de la primera como la segunda definición que existe al respecto de lo intertextual se puede concluir, junto con Boguslaw Zylko, que “de la misma manera que el signo aislado no puede tener existencia independiente, […] para el texto son imprescindibles otros textos, y para la cultura, otras culturas. Los signos forman textos, los textos forman la cultura, la cultura la semiosfera” (Zylko). Deduciendo de ello una importante modificación en la forma en que se estudian los objetos culturales, sean de forma restringida o generalizada.

Escena
No es gratuito que hasta antes de la aparición de las propuestas formalistas del lenguaje el discurso teatral estuviera centrado en la aportación del dramaturgo, donde la voz cantante de todo el fenómeno colectivo llamado teatro estaba eclipsado por la idea que provenía de un “libro”, una dramaturgia que ejercía la supremacía. Es a partir del siglo XX que la escena se emancipa de su atadura literaria, e inicia un efervescente proceso de reconfiguración de la idea de texto al interior de la escena, tomando, en primera instancia el texto dramático ya no como eje rector sino como punto de partida, para posteriormente mutilarlo, reducirlo, contradecirlo o parodiarlo y finalmente prescindir de él.
La configuración del texto como “entramado de sentido” ha permitido a los artistas escénicos tomar como materia prima de su construcción no solamente obras dramáticas, sino que han surgido gran cantidad de producciones que establecen un vínculo directo con un texto literario no dramático (cuentos, novelas, mitos, poemas), e incluso con textos no literarios (piezas musicales, esculturas, otras obras escénicas). “El Mahábharata” de Peter Brook, inspirado en un texto sagrado hindú; “La muerte del cisne” de Michel Fokin, coreografía que abandona la tradición de crear a partir de un guión literario (como sería el caso de “El lago de los cisnes”, texto que parodia la propia pieza de Fokin) y toma como punto de partida la pieza musical de Saint-Saëns; o “18 Happenings en 6 partes” de Allan Kaprow donde la escena hace uso de múltiples textos antecedentes (canciones, poemas, noticias periodísticas) para construir un discurso fragmentario y simultáneo; son solo algunos ejemplos de lo que el siglo XX produjo a partir de que los artistas escénicos asumieron la perspectiva “textual” de la cultura.
Como última consecuencia de las aportaciones semióticas a la escena se puede considerar, además de esta eclosión de posibilidades para “construir” escena, la toma de conciencia de la pieza creada como un texto en sí mismo, provocando la aceptación del teatro como discurso autónomo, como un texto que dialoga con otros textos, y no como un subproducto del texto dramático, o como la consecuencia lógica de la convención dialógica de la dramaturgia; el siglo XX, a partir de la revolución semiótica, le otorgó a la escena su mayoría de edad: libre de compromisos literarios, abierta a las posibilidades intertextuales y dueña de su autonomía con un estatuto propio y único, que lo distingue de otras manifestaciones culturales.


Obra citada

Bajtín, Mijaíl. ¿Qué es el lenguaje? Buenos Aires: Siglo XXI, 1998.
Barthes, Roland. El susurro del lenguaje. Madrid: Paidos, 2009.
---. Fragmentos de un discurso amoroso. Madrid: Siglo XXI, 1997.
Derrida, Jaques. De la gramatología. Cd. de México: Siglo XXI, 1971.
Genette, Gérard. Palimpsestos: la literatura en segundo grado. Madrid: Taurus, 1989.
Haidar, Julieta. “La complejidad y los alcances de la categoría de semiosfera.” Entretextos.
Revista electrónica semestral de estudios semióticos de la cultura # 6, noviembre, 2005.
Hernández, Bibiana. “Para una concepción sistémica del texto: Las propuestas de Iuri Lotman y
Kristeva, Julia. “Acerca de Iuri Lotman.” Entretextos. Revista Electrónica Semestral de Estudios
Semióticos de la Cultura. # 10, noviembre, 2007. http://www.ugr.es/~mcaceres/entretextos/entre10/pdf/kristeva.pdf.
---. “Bajtin, la palabra, el diálogo y la novela.” Intertextualité. Francia en el origen de un término
y el desarrollo de un  concepto. La Habana: Casa de las Américas, 1997.
Lotman, Iuri. La semiosfera. Semiótica de la cultura y del texto. Madrid: Cátedra, 1996.
Lozano, Jorge. “La semiosfera y la teoría de la cultura.” Revista de Occidente #145-146, agosto,
Martínez Fernández, José Enrique. La intertextualidad literaria. Madrid: Cátedra, 2001.
Quevedo, Amalia. De Foucault a Derrida. Madrid: Eunsa, 2001.
Segre, Cesare. Principios de análisis del texto literario. Barcelona: Crítica, 1985.
Villalobos Alpizar, Iván. “La noción de intertextualidad en Kristeva y Barthes.” Revista de
filosofía de la universidad de Costa Rica. Enero, 2003. http://www.accessmylibrary.com/article-1G1-126788093/la-nocion-de-intertextualidad.html.
Zylko, Boguslaw. “La cultura y la semiótica: notas sobre la concepción de la cultura de Lotman.”
Entretextos. Revista electrónica semestral de estudios semióticos de la cultura. # 5, 2005. http://www.ugr.es/~mcaceres/Entretextos/entre5/zylko.htm.




[1] Para elaborar esta crítica, Derrida dedica especial atención a Hegel y Rousseau, quienes, según el autor, son “los principales responsables de la continuidad de la metafísica logocéntrica” (Derrida 17).
[2] Segre asegura que la palabra texto pertenece a la tradición judeo-cristiana debido a que en la Grecia Antigua existía un desprecio generalizado por la escritura como puede rastrearse en el mito platónico de Theuth y Thamus donde la escritura se presenta como fármaco de la memoria.
[3] Al respecto de la utilización del lenguaje como el único sistema primario Mignolo “establece que la lengua natural puede considerarse como modeladora de las artes verbales ––como la literatura–– pero no de otras –como la pintura y la música” (Hernández).Sin embargo, posteriormente puntualiza al respecto de que si bien un texto no verbal (como la pintura o la música) no emplea el sistema primario (la lengua),  “sitúa el texto en un orden cultural sólo una vez que su existencia ha sido conformada por la realidad del lenguaje” (Hernández). Por último es pertinente señalar que el propio Lotman, años más tarde, propone el espacio como otro sistema modelizante primario, ampliando y distanciando su postura inicial que privilegiaba únicamente lo lingüístico. A este respecto es de suma trascendencia para los discursos escénicos que no solamente se componen de un sistema modelizante primario, el lenguaje, sino que hacen un importante uso de este segundo sistema, el espacio. Espacio y lenguaje serían los modelizadores de “lo escénico”, donde a partir de la interacción de ambos el teatro emerge.
[4] Que en el caso particular del teatro kantoriano es poco relevante e incluso ausente en algunas ocasiones.
[5] El teatro, a diferencia de otros productos culturales hace un detallado uso de los dos sistemas modelizantes, ya que no solamente echa mano de una lengua (o varias) sino que oximorónicamente despega en un juego doble de resignificación el espacio-tiempo donde surge.
[6] Dentro de los trece sistemas de signos existen los relativos al espacio y la lengua, sin embargo hay otros grupos de signos que pertenecen a los sistemas modelizantes secundarios: los relativos al actor no lingüísticos, por ejemplo, mímica, gesto, vestuario, maquillaje; y los paralingüísticos como el tono, el ruido y la música.

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